Mis vivencias en Cabo Verde

Estado
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Vivencias de mi primer viaje a las islas de Cabo Verde en el año 1999







Capítulo 1


Lugo, 30/10/05

¡Dios! Que recuerdos.
No os podéis imaginar la alegría y sorpresa que tuve al encontrar esta Web.
Desde hace una semana, mi cabeza es un torbellino, que digo un torbellino… un huracán descontrolado que trata (y lo consigue) de remover los recuerdos, vivencias, sentimientos, e imágenes que el subconsciente se empeña en mandar al disco duro del pasado.

Un día, por aburrimiento, o tal vez guiado por un instinto misterioso… ¿Sodade?, pongo en “San Google” la invocación mágica: Cabo Verde.
En un instante se abren ante mí una innumerable amalgama de puertas, palabras y letras que me confunden y distraen, me perturban,… pero… al rato, tocado por la barita de no se que hechizo budú africano (groge), mis ojos se fijan en ¡Cabo Verde 24!
¡Dios!
¡Lo encontré!
¡Existe!
¡Lo tengo ante mí!

No doy crédito; poco a poco voy entrando, desmenuzando, buceando en toda la información que se abre ante mis ojos; fotos, foros, comentarios…
Reconozco lugares y personas que me transportan cinco años atrás. Pero sobre todo me asombra y me revela la inquietud y el desasosiego, esa comezón que recorre mis venas, esos amaneceres con esa luz indescriptible, ese color del mar… de la mar, que no es azul… ni es verde, es…

Es ese Sol de poniente que... después de abandonar el alba despidiéndose de su amor, el mar oriental, ancestral, primigenio, africano y ¡atávico incluso!, caracolea en el cielo con las escasas nubes de algodón, como pidiendo perdón y en silencio, para incendiarse en indescriptibles colores... y besar al final del día, atrevido y avergonzado, la fina raya de La mar... en el horizonte de poniente... Poniente... La mar de poniente... Poniente triste...Poniente de algodón... Algodón salado, cortante, duro como esparto seco... Seco como el alma... Alma seca como esparto... Corazón de esparto... ¿Morabeza?...

Pero al fin, algo inunda mi ser, algo que no he visto reflejado en ninguna parte de este foro...
¡El olor!

Ese olor de esa tierra que tengo presente todos los días de mi vida, por que, juro que he encontrado una loción de afeitado que así me lo recuerda cada mañana... esa bocanada de aire y sensaciones misteriosas que me reavivan el momento de salir de la asepsia del aire acondicionado del avión, en el aeropuerto de Sal, 2:00 AM de la madrugada; esa bocanada de aire caliente, pegajoso, dulzón… ¡bestial! Ese silencio atronador… (Motores apagados) indescriptible.

¡Dios que momento!... Lo que daría por revivir ese momento.

Continuará…
 
Capítulo 2

Habíamos quedado en la puerta del avión, en lo alto de la escalerilla, ese silencio de motores apagados, los oídos zumbando… y el olor, ese olor.

Y el calor, ese golpe de calor, calor seco, abro la boca como un pez fuera del agua con una sensación como de falta de aire (tenéis que entender que soy de Galicia y el contraste de climas es total) y pienso… Dios mío, ¿Dónde me he metido?

Bajo las escalerillas y piso por primera vez suelo Caboverdeano, no sé por que se me viene a la imaginación el Papa, que tontería, y de repente me doy cuenta de que no nos espera ningún autobús que nos lleve a la Terminal ¿? … andando 500 m. con el equipaje de mano y la “mochila”, el asfalto y el hormigón recalentados, el cansancio, el calor y la aparente falta de aire me hacen reafirmarme en mi anterior pensamiento: Dios mío, ¿Dónde me he metido?

Aduana. Jeje.
Llegados a este punto tengo que contaros que a este viaje fui invitado por una empresa portuguesa con la que tengo relación comercial, el director, buen amigo mío, me dijo que no había ningún problema en que llevara mi tabaco “Ducados” y algunas “cosillas”
“Cosillas” = a mochila, mochila = a 10 botellas de vino Albariño de mi tierra. ¡Con dos coj…!

La mochila pasa por el escáner y el cachondeo es general, la abren, la miran y la intercesión de mi amigo el portugués soluciona el problema. A continuación paso yo por la maldita maquina pitadora y en este momento me “rebautizan” con el mote de “home de ferro” que veis en el fondo de las páginas. Mi forma de vestir es de Cowboy, camisas con botones metálicos, la hebilla del cinturón de plata, botas con herrajes etc.

Por cierto, todos me decían que estaba loco, cargar con 10 botellas de vino desde casa… Jeje, os puedo asegurar que mi mesa, a la hora de la cena, era la más solicitada: un vasito de vino por favor.

Nos espera fuera un micro bus del hotel Morabeza de Santa Mª de Sal que nos traslada por una carretera adoquinada a nuestro merecido descanso.

Por el camino trato de ver algo pero es imposible, solo por momentos se vislumbra el reflejo plateado del mar.

Me gusta el hotel, casitas bungalow en la playa, aire acondicionado, asalto la nevera, y a la cama, a dormir.
Creo que no lo consigo, pensando en como será “esto” a la luz del día.

Continuará…
 
Capítulo 3

Me había quedado en la cama, pensando en mañana.
Mañana, digo hoy, ¡El primer día en esta tierra!

Puse demasiado frío el aire acondicionado anoche (consejo, no abuséis de él)
Me levanto con una sensación extraña, salgo a la puerta del bungalow… y ¡Chóf! : 10:00 a.m. y 24º ¿?
Cierro la puerta de golpe y a la ducha; primer problema, el jabón se corta con el agua salada de las viejas potabilizadoras o casi; segundo problema y carcajada mirándome al espejo: la espuma de afeitar con la cara mojada… ¡Desaparece! Ja Ja Ja; Me acuerdo del servicio militar y... sin espuma, a palo seco.

Pantalones cortos, la camiseta, la cartera y a desayunar.
Despierto a mi amigo el portugués y nos vamos para el restaurante.

¡La luz¡ ¡Que luz! No olvidéis las gafas de Sol.
Desayuno en la terraza, mirando al mar; buffet libre, para mí que solo estoy acostumbrado a un café y corriendo. Digo ¡Corriendo!

Cambia el “chip” J.R.

Lo primero que tienes que aprender en este País es a dejar las prisas colgadas en el perchero de la entrada, en el recibidor; ya las recogerás a la salida.

Casi terminando el desayuno me trajeron el zumo natural que había pedido al principio; me dio tiempo a veeeeeeerloooooo venir, con esa cadencia que tienen las mulatas al caminar (Creo que el zumo perdió las vitaminas por el camino, pero ganó en presentación y dulzura); mi amigo me dice que me relaje, que me lo tome con calma, y le hago caso, él no es la primera vez que visita C.V. y otros Países de África.

Terminamos con caaaaalma, pensando lo que haremos durante el día.
Lo primero visitar Santa María y algunos amigos suyos, dar un paseo, conocer.

A todo esto todos los demás integrantes del viaje ya estaban en la playa.
Playa... Hotel, Hotel... playa, no lo entiendo, ¡para eso no hago 4.000 Km.!
En fin...
Nos vamos a la recepción para un pequeño “troco” de dinero y resolver el tema de una maleta perdida de un compañero de viaje y nos fijamos en el bar...
Y en el bar una mulata...
Y la mulata rubia...
Y la mulata rubia con los ojos azules... ¿?

- Hola, me llamo J.R. y soy nuevo en el pueblo (Jeje), por favor, dos cervezas.
No me acuerdo de su nombre, ¡pero que mujer más hermosa!
Hablamos; había tenido un bisabuelo holandés... otras cervezas...

Y otra sorpresa. Estamos hablando con “la holandesa” y pasa por detrás de nosotros una mujer pequeñita, blanca de piel, con un montón de papeles en la mano y jurando en cristiano... “estoy hasta los ovarios de... ” me quedo estupefacto pero reacciono y le pregunto: ¿De España?... Sí, de Soria (también existe) ja ja, charlamos un rato, era como la “segunda” o gobernanta del Hotel, el director era italiano, quedamos para tomar un café y contarle cosas de casa. Pequeñita, pero que genio tenía esa mujer.

Y por fin salimos del Hotel andando con dirección a la “ciudad”.

Continuará…
 
Capítulo 4

Caminando con dirección a la “ciudad” de Santa María.

Me doy cuenta que realmente estoy en un País seudo africano. Veo pobreza, suciedad y carencias; el contraste entre las “islas aisladas” de los Hoteles y el exterior, es muy grande; en los Hoteles, todo cuidado, fácil, agradable (más o menos como cualquier Hotel de cualquier parte del Mundo).
Lo que veo en el exterior me baja de golpe a la tierra de esta gente olvidada. Olvidada por el Mundo de la gente que estamos acostumbrados a visitar los Hoteles de cualquier parte del Mundo. (Me he liado un poco, pero creo que se me entiende). Un poquito de por favor. ¿Autocrítica? o remordimiento.

Caminamos.
Veo un perro flaco, huesudo, devorando rabiosamente sus pulgas, quizás con ganas de probar algo de “carne”. Le digo: ¡hola canelo! Y me mira con ojos como de decir... o me das algo o pasa de mí. Sigue con sus pulgas.

Estamos entrando en la ciudad, calle principal adoquinada, el resto tierra y arena.
Casitas pequeñas, humildes, muy humildes, pero de colores vivos algunas, como queriendo salir o destacar de las demás por el precio de un bote de pintura, adquiriendo de esta manera mas categoría de “casa”.

A la derecha, entrando en el pueblo hacemos la primera visita a una “tasca”, y digo tasca por que no hay escalafón más bajo en la cadena de hostelería.
Habitación de cuatro por cuatro metros, con tres mesas y sillas; al frente un mostrador de un metro, una nevera para la cerveza y en las estanterías groge y alguna lata de pescado en conserva y garbanzos; a la izquierda del mostrador lo que se supone una cocina y en una esquina el W.C.
El “antro” no tiene nombre, al menos en la fecha de mi viaje, (creo haberlo reconocido en una foto de ecaboverde.com , con el nombre Mar e Sol de Toy Mozinha).

El dueño es un anciano encantador que conocía mi amigo el portugués, creo que de nombre Antonio, Toninho, o algo así; me presenta; pedimos unas cervezas y de eso nada, el “abuelo” nos invita a unos buenos groges de su botella particular, ¡antes de comer!, empezamos bien el día... continuamos con unas cervezas, invitando a dos marineros jóvenes que estaban sentados, comiendo una cachupa de huevo y salchicha; no se por qué me acuerdo del perro de las pulgas.

Tanta cerveza obliga, visita al W.C. ¿?
Me encuentro con la primera realidad... un letrero en todos los idiomas que aconseja no malgastar agua, ¿aquí? ¿en esta tasquíta?; y con otra cosa... ¡la “barata” más grande del mundo que mis ojos hayan visto nunca! (barata = cucaracha), siete u ocho centímetros sin antenas, subiendo por el tubo del desagüe de la cisterna, a la altura de mi entrepierna, y me miraba, juro que me miraba... ¡quita vicha!... salgo y se lo cuento a mi amigo... entran todos para ver y se descojonan literalmente de mí. Jeje.

Hablamos durante una hora. El “abuelo” nos cuenta su interesante vida, que estuvo en Portugal, que trabajando duro y mal pagado asta que enfermó y los médicos le desahuciaron, todo más un año.
Cuenta que volvió para su casa con lo poco que tenía, a morir en paz... y de esto hacía cuatro o cinco años.

Por cierto, si alguien del foro me sabe decir algo de este hombre por favor que se ponga en contacto con migo.
Desde este momento me hago cliente asiduo de este “antro”. (Mi buhío como decimos en mi Galicia rural).

Salimos, otra vez, el Sol, el calor, pero mi primera impresión de unos párrafos más arriba empieza a cambiar, seguro que embriagado por la palabra fácil y el alcohol.


Continuará…
 
Capítulo 5

Seguimos paseando por Santa María.
Se acerca la hora del mediodía, el Sol en lo alto y la gente tranquila, que digo tranquila… parada y en silencio.
Los “blancos” en la playa y los “negros” en las pocas sombras que proporcionan las esquinas y arbolitos.
Voy descubriendo locales que me indican que por la noche tiene que haber más “vidilla”.

Restaurantes, bares, pub’s, terrazas...
Me gusta y no me gusta, no se si me explico. Con el tiempo y mi visita a toda la isla me doy cuenta, y reconozco, que esta isla es muy europea, con lo poco bueno y mucho malo que eso implica.

Continuamos. Sigo intentando cambiar el “chip”; relájate J.R. tranquilo ¡estas de vacaciones!
Disfruto... tardo en adaptarme a esta cadencia de vida pero disfruto, sin prisa ¡caramba!, lo que puedes hacer mañana, no lo hagas hoy. Me ayuda la música que se escapa por las puertas y ventanas de las casas.
Esa es otra, la música. Esa música que te envuelve y arrastra al abismo de los tiempos, que reconoces que es tú música, como si la tocaras tú, o tú antepasados, que no te suena extraña, que la sientes como tuya. Esa música... ¡Dios! que música.
Mientras escribo esto, está sonando Cesaria Evora en el ordenata.
Y llegamos al Pontón.

EL PONTON (Con mayúsculas)

Centro social de Santa María por excelencia.
Nunca imaginé que unas cuantas maderas podridas y a punto de desaparecer, concentraran tanta vida social.

A cualquier hora del día y de la noche, pescadores, paseantes, ociosos, vagos, niños, mayores, y nosotros los blancos, embobados y oteando el horizonte, como si allá, al otro lado estuviera la respuesta; cuando la realidad es que lo mejor lo tienes a tu lado.
Ese niño que te mira con ojos incrédulos y maliciosos, ese pescador que te contaría... y... ¡No!... Todos empeñados, cámara en ristre, en retratar ese horizonte o esa puesta de Sol, como premio y demostración de poder, para restregárselo por las narices a tus familiares y amigos... yo incluido.

La mejor cámara de fotos o vídeo que existe somos nosotros, ninguna máquina te puede hacer recordar sensaciones. Consejo: emborracharos de sensaciones.

Bueno, superado este punto de melancolía, perdón, de morabeza, mi estómago me dice que es hora de comer y doy la alarma. A comer langosta!

Nos juntamos a un matrimonio de recién casados portugueses que conocimos en el Pontón, donde si no, y nos dirigimos al centro, al restaurante... (No lo digo, cada uno que se busque la vida, la experiencia me ha enseñado que lo que a mí me parece bueno, a otro no le gusta).
En abundancia, a la brasa y en salsa picante no se que; buena, pero no como la que como en mi tierra, hay que hacer patria, en compensación barata.

El vino muy caro y no tiene perdón de Dios, eso sí, blanco y frío.
Me acuerdo de las botellas de “Albariño” que tengo en la nevera del bungalow.
Pagamos nosotros, y la parejita nos invita a su Hotel, el Belorizonte, otro todo incluido como el mío, a unos cafés; en la terraza, mirando al mar, la mar.

Medio sesteando en la terraza empiezo a percibir que “esto” me gusta. Me engancha.

Continuará...
 
Capítulo 6

Después de dormir la siesta y la “mona” nos despedimos de la parejita feliz y dejamos el Hotel Morabeza, no sin antes preguntar en el alquiler de coches que hay en este Hotel, creo que Rent a Car, (no estoy seguro) por las tarifas para un todo terreno.
Tenemos idea de conocer toda la isla, con calma, sin dejarnos nada.

Llegados a este punto quiero dejar una cosa muy clara.

Todo, y digo TODO lo que aquí cuento y relato es rigurosamente cierto. Cierto bajo mi humilde manera de entender la vida y la “verdad”.
Verdad no manipulada ni adaptada o distorsionada a “nuestra” prepotente forma de entender la vida.

Una semana de visita a este País no nos da derecho a comparar, y por supuesto ni tan siquiera a criticar.
Solo nos da derecho a ver, oír, oler, degustar, palpar… y gozar (por que podemos pagarlo) solo eso.
No tenemos derecho a demostrar que somos superiores… ¿En base a que escala de valores somos superiores?

Hace unos años, no muchos, por motivos profesionales, viví en una gran ciudad, en España, donde de vez en cuando, de noche, con nocturnidad y alevosía se oían unos ruidos extraños procedente de la calle: ¡Plof! ¿Qué plof?... (Parece el chiste de los tomates)
Plof = a ruido de las bolsas de basura arrojadas desde las ventanas, por no bajar al contenedor.
Rigurosamente cierto. Lo juro.

¿Qué pensaría alguien de fuera?... y no haría falta que fuera alemán, o caboverdeano

¡Que falta de civismo! ¡Que falta de educación y cultura! Y me pregunto yo… ¿Qué civismo?, ¿Qué educación?, ¿Con respecto a que o a quien?, ¿Con qué derecho?

Coño! que solo vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio!

Llegados a este punto quiero insertar mi máxima: CULTURA, EDUCACION y RESPETO; con mayúsculas; siempre me han dado buenos resultados.

En fin; yo me entiendo… ¿Y tú?

A partir de este momento continúo relatando mis vivencias en primera persona, por cuanto que entiendo que lo que estoy escribiendo y recordando, después de cuatro/cinco años, es un pensamiento íntimo y personal.
Personal y público en este foro y sin ánimo de idiotizar o adoctrinar.

Continúo.

Holgazaneando, que es el deporte nacional, camino por las “calles”; todas las calles; primera, segunda tercera y cuarta línea de playa, observo, estudio, me lleno… ¡me llena!... ¡plátanos, muchos plátanos!... en todas las esquinas un poquito de vida, vida dormida, sin ganas, pero con necesidad.
Los hombres dormitan, las mujeres… ¿Y las mujeres?
Las mujeres no están. Las mujeres trabajan, las mujeres preparan la cena, las mujeres… Las Mujeres.

Matriarcado africano, atávico, ancestral. La mujer como útero de La Tierra, me repito pero se lo que digo.

En una esquina, una tienducha infecta, llena de moscas… calor; unas cervezas para despejar, sentados en la puerta, en el suelo.
Unos niños jugando al balón ¿fútbol?, unos descalzos, otros con chancletas, los más afortunados con “tenis”.
De árbitros y linieres unos perros, perros pulgosos, flacos…
Eso es falta!... ¡corner!... penalti!... y esos ojos…

Ojos de inocencia, de verdad, están ahí… ¿felices? ¿Maliciosos? ¿Listos?...

En este momento se produce algo que no olvidaré en mi vida.

Se acerca un crío, corriendo, se me queda mirando de arriba a bajo, con desparpajo, y me suelta:
- ¿O señor he artista?
- ¿?
- ¿O señor ten unha moheda?
- Reacciono, tarde, dándome cuenta de mi forma de vestir de Cowboy (Creo que el primero en la isla o al menos me gustaría serlo); y al mismo tiempo pienso que no me gusta nada la naturalidad con la que el crío me pide dinero, dinero fácil; mala costumbre…
Pero sí, me ganan esos ojos.
Meto la mano en el bolsillo y le doy unos pocos Escudos CV, pocos; y que creéis que ven mis ojos…

Aquel crío de los ojos increíbles sale disparado, después de darme las gracias, hacia la mujer de la esquina que vende “chuches”, sentada en un taburete como una “trilera” en “Legazpi” (Madrid), mamando groge, con bigote de sargento de Regulares y fumando en pipa.

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Compra y… aquí viene una de las lecciones más grandes que me ha dado la “vida”…

¡Las reparte con todos sus amiguitos!

Las reparte… Las reparte… Las reparte…

Juro que esos ojos negros, vivarachos, con picardía, pero exentos de maldad y contaminación, me perseguirán durante el resto de mi vida; y mantendrán vivo el anhelo y esperanza de que en algún lugar de El Mundo aún existe la inocencia.

Se hace de noche de camino al Hotel andando, siempre andando, me encuentro con una pareja de portugueses jubilados; que venían en mí viaje en el avión y le cuento a ella la anécdota del niño futbolista de los ojos grandes…
Creo, o al menos eso me parece, que le sacude el cuerpo un atisbo de gratitud hacia mi persona… es una abuela… una madre… una ¡Mujer!... el útero de La Tierra.

Estamos llegando al hotel y su marido nos baja de las nubes con una pregunta asquerosamente material y fuera de lugar con respecto a la conversación que tenemos su mujer y yo.

- ¿Cuántas botellas trajiste de Albariño?...

Je je, lo entiendo.

Esa noche, en la cena, invito a todos los que puedo invitar con dos botellas, me siento generoso… mañana más.

Continuará…
 
Capítulo 7

Terminada la cena me siento fuera en la terraza junto a la piscina, con los colegas de Portugal y unas copitas, tranquilos y relajados, escuchando los sonidos del silencio, el silencio de la noche, el murmullo de las olas enfrente en la playa, rompiendo en la arena, el fru frú de las palmeras… y el atronador cri crí de los “pedazo” de grillos que por esta tierra habitan; descomunales en relación inversa y proporcional con el tamaño de los burros, vacas o cabras… pero esa es otra historia.

Y el “tufillo”, ese tufillo en el ambiente a agua pantanosa, procedente del riego de los jardincillos.
Me explican que reciclan las aguas residuales para este menester, que algunos días se nota más y otros menos, que riegan de noche para intentar disimularlo. No lo consiguen, pero se puede perdonar.

Alguien saca una baraja y se monta la “timba”.
Se nos juntan algunos animadores y animadoras del Hotel, jóvenes y amables, con ganas de hablar y de aprender. Dejamos las cartas y charlamos, que por supuesto es mucho más gratificante.

Intercambio de culturas.
Son gente “guapa”, lista, con inquietudes como cualquiera de nosotros, pero con menos oportunidades que nosotros (mejor dicho ninguna).
Alguno estuvo en Portugal o en Francia, poco tiempo, un año o dos. Hablan o se entienden en varios idiomas. Nos comentan las actividades para mañana… y como jóvenes que somos (ején, ején) terminamos hablando todos de lo mismo… de la música, del amor, de las oportunidades, del trabajo, de la familia y del puto dinero.

Hablando de música; en esta reunión conozco a una persona; un mozo caboverdiano que enseguida atrae mi atención, no sé, tiene algo; su forma de pensar, su manera de ver la vida, relajado, tranquilo, no se altera, no discute, mirada limpia… en paz.

Es “batukeiro”, o sea, toca el batuko… y… ¡de que manera!
Se llama Antonio Jorge Fortes. Más tarde me entero que es el batukeiro del Funaná, el mejor restaurante de Santa María.

Saca su batuko y comienza la fiesta, le seguimos; un hierro con un cuchillo, los cascos de “cola” con mecheros… (Faltaba la botella de anís con la llave)… y fluye el ritmo…
Y no hay “color” ¿me entiendes? “Otra de las mejores horas de mi vida”.
Grato recuerdo en mí memoria.

Por cierto, “ese mismo” batuko lo tengo en mi casa, en mi salón (que es más grande con perdón que cualquier casa “normal” de aquí).
Mi trabajo “zalamero” me costó.

Es como un trofeo de viaje pero vivo y con alma. Algunas noches, cuando la TV. intenta “lobotomizarme” lo miro y en mi cabeza se agolpan recuerdos y sonidos… sodade… y morabeza.
Le llamo mi ADSL con línea directa a Cabo Verde.
Lo acaricio, pues no me atrevo a tocarlo, me pongo los vídeos del recuerdo y me teletransporto en cuerpo y alma al pasado.
Mi memoria “RAM” hace el resto.

Decidimos que ya NO es hora de ir a la cama y que lo que prima es conocer la noche de Santa María.

Dicho y hecho, derechitos al Calema.

Pub europeo total, el dueño es… ¿Belga?, ya no me acuerdo.
Es igual, ¡tienen mi whisky de malta Knokando! Pregunto que cuanto tienen, me dicen que una caja o menos y les digo que es miiiiiiia, solo miiiiiia; será la conexión con mi “casa”; me tomo el primero y me sabe a sal… o ¿a Sal?, los cubitos de hielo tienen sal; corto por lo sano y le digo a la camarera que creo que se llamaba Elena, que me ponga la botella en la nevera, en el botellero.
Parece mentira, pero esto crea un cierto vínculo y complicidad…

- Hola José Ramón…
- Hola Elena…
- ¿Qué te pongo?
- Una de lo mío…

Grandes conversaciones hemos tenido. Buena gente. Hoy creo que anda por Portugal, no sé, de todas formas que te valla bonito Elena.

La música. La música como en cualquier Púb de “casa”; moderna, disco, fuerte, alta, a gritos, “chunda-chunda”. De todas formas, este local creo que cumple su cometido: un pequeño o gran nexo de unión, como un cordón umbilical que te recuerda y te restriega por la cara que tú no eres de aquí.

Lugar de encuentro de “surfistas” por excelencia. En las tres o cuatro pantallas de televisión repartidas por el local vídeos y solo vídeo de surf, gravados en el día, y vistos y comentados por la noche; contando “batallitas”… El paraíso de los surfistas y de los “piensa en verde”

Y el perro. Ese perro.
Ese “canelo” de color canela sin raza, simpático, con una oreja caída, pintarrajeado de verde con un spray y con un pañuelo rojo anudado al cuello… con más mili que una mula de la legión… que creo que lo ponen en una tabla y rompe las olas… ¡Hola canelo!

Dejo el Calema y nos dirigimos a la “disco” del Hotel Morabeza.

Continuará...
 
Capítulo 8

En la disco del Morabeza. Pequeñita, muy pequeñita.

Aquí descubro lo que es bailar… “bailar pegados… es bailar”…
Creo que descubro los orígenes de la “lambada” o algo parecido, que digo parecido, ¡mejor! mucho mejor.
Música a medio camino entre la madre África y las evoluciones posteriores en tierras americanas.
Música primigenia, atávica, precursora del Blues.
Tan tán… batuko… algodón y Blues. Soy un enamorado del Blues, y llegado a este País creo haber ahondado un poco más en sus principios.

Cosas mías.
No me hagáis caso. Soy feliz. La música para mí es algo importante.
Ya conocía a Cesaria Evora, y a Tito Paris… pero ahí más, mucho más…

Esos momentos con el Sr. Ivo en el Matheus… pero esa es otra historia.

Salgo de la disco, caminando por la playa, hacia el Pontón, ¿Qué tendrá el Pontón que a cualquier hora del día o de la noche tiene vida?. Tiene gente dispuesta a charlar, a compartir.

Alguien saca unas “Súper Buck”, sentados, mirando al mar…

Toma, un “Ducados”, tabaco “Negro” jejé, … cof…cof!
Esta gente no sabe lo que es un Ducados, jeje.

¡Hace hambre!

La acumulación de alcohol y sobredosis de vivencias, da hambre, sobre todo si son las tantas de la madrugada.
A estas alturas se fue desprendiendo gente del racimo de uvas descarriadas… por aquí… por aya.

Quedamos cuatro, el portugués, Antonio Jorge, yo y un colega del Pontón, el de las cervezas.
¡Hay que desayunar!

Mi primera “cachupa”

Cachupa pobre, cachupa con huevo y salchicha.

Nos adentramos en Santa María, tercera o cuarta línea de playa…

Ese “garito” con la puerta cerrada, con nocturnidad y alevosía, a las tantas de la madrugada.
Toc tóc, nos abren y para adentro.
Minúsculo, tres mesas y un mostrador de un metro, una nevera; detrás se adivina una cocina; huele a ”fritanga” y la sartén rustre en el fuego.

En una esquina un viejo dormita o sueña con sus miedos o verdades, quizás ayudado por el grogue, del que tiene un vaso delante, sin probar, el último… o el primero… que más da.
Solo me fijo en sus manos, manos esclavas, retorcidas por el mar, la mar ¿Cuánto nos hablarían esas manos?

En otra mesa dos jóvenes fuertes, apurando un cigarro después de desayunar o comer, que para el caso es lo mismo; van al Pontón, a trabajar; a pescar en uno de los barquitos el “peixe” como le llaman aquí al atún.

Unas cervezas y cachupa para todos… ¡Dios!... que cachupa, mi primer encuentro con una cachupa… cachupa de huevo y salchicha de lata…

Una idea se empieza a fijar en mi cabeza… quiero ver amanecer en Cabo Verde, en el Pontón, quiero ver la vida, la vida que no ven los turistas, ellos se lo pierden.
Se lo cuento a los demás y se rajan, no pueden más, que a dormir, que al Hotel, que a casa, que mañana más…

Pero yo no puedo esperar a mañana; mañana es hoy y para luego es tarde. Le compro a la “jefa” un pack de “Sagres” y después de despedirnos tomo rumbo al Pontón, andando, siempre andando que es como se descubren las cosas buenas de la vida.

EL PONTON.

Me siento en el final del Pontón, mirando al mar en la noche; no estoy solo, llegan los dos de antes. ¡Hola!. Se mueven por allí esperando a otros dos colegas mientras preparan el barquito para salir a la faena.
El Sol empuja como queriendo romper la línea del agua en el horizonte. En quince minutos amanecerá.
Me concentro; me viene a la memoria el “rayo verde” en tierras más al norte.

¡Y ahí está! ¡Por fín!
Enorme, inmenso, rojo. ¡Como nunca!
Un nuevo día.
Es grande, y de un color distinto, naranja intenso, y viene de África… de casa.

Paz. Mucha paz.

Solo por “esto” merece la pana estar aquí. Lo juro. No os lo perdáis.

Continuará...
 
Capítulo 9

El Pescador.

En estado catatónico, ido, mirando al mar, embriagado de felicidad, me despierta de mi ensimismamiento un hombre de edad indescriptible; se sienta a mi lado y se pone a pescar.
Aparejos de pesca: Un anzuelo, y un hilo de sedal todo ello enrollado en una lata de “Coca-cola” y un cubo…

- Bo día!…
- Bo día!

El hombre se pone a pescar, usando de carnaza restos de pescado. Y pesca, pesca unos “panchitos” que todos habréis visto, pequeños, pequeñitos.

Yo callado, observo… ¿un cigarro?... Sí…
Cof-cóf, es negro, jejé…

Va pescando; poco y pequeño. ¿Una cerveza caliente?... Venga… ¿de donde eres?, ¿en donde es eso?, de todas formas el hombre es de pocas palabras.

Me recuerda al chiste del indio: ¿Por qué?... ¿Por donde?...

Dialogo de sordos. Pero nos entendemos. O eso quiero creer.
¿Otra cerveza?... Bueno…

Llegados a este punto el hombre tiene media docena de peces en el cubo; solo media; por que escoge bien el tamaño, solo los más grandes, los pequeños los devuelve al mar.

No hay más cerveza y no sé como despedirme de él.

Me fijo a un lado en el Pontón y veo unas redes viejas… y le digo:
- Yo, de ti, y con lo mañosos que sois, cojo un trozo de red y con un alambre y unos cordones o sedales y me fabrico una “nasa” o “retel” para sacar de cada vez diez o quince pescaditos; por que la verdad, allí abajo los hay a cientos.

Contestación y reacción del hombre:

Me mira,… mira las redes,… mira para abajo a los peces,… y después de un rato me contesta…

¿Y después que hago?

El hombre me explica que tiene un montón de hijos, que lo suyo es llevar para comer… un cubo de pescado…

¿Y después que hago?... ¡Coño!... ¿y después que hago?... ¡Sublime!…

Esto es verídico.
Tal y como lo cuento. Lo juro.

Medito y sopeso la lección que me dio el pescador… y caigo en la cuenta de que ya es de día. Un nuevo día. Quizás el mejor día de mi vida.

Agotado, cojo el camino de mi Hotel, el Velo Horizonte, el Sol en lo alto, o casi, sin prisas, paseando, meditando todo lo que he vivido esta noche.

Por el camino me encuentro con una especie de área comercial, de otro Hotel, nada, total cuatro oficinas, agencia de viajes, venta de apartamentos… ¡cerrados!, y… una peluquería, abierta!

Con toda la resaca del mundo me corto el pelo (lo poco que tengo que cortar), es igual, solo por que me toquen la cabeza… Relax ¡No tengo prisa! Son las 10:00 a.m.
Me lo corta Ze-Zé.
Hoy tiene un salón de Té y peluquería en Santa María. Buena gente, “peneleiro” pero buena gente.

A duras penas llego al Hotel, andando, siempre andando, ¡Hay un trecho!

A este tramo de camino de Santa María al Hotel lo llamo del gozo o el “regozo”, es como los últimos 15 Km, del monte del Gozo a Santiago; pero parecen más, mucho más por el calor y la humedad.

Mi compañero de habitación ronca como un vendito cerdo, en el bungalow de al lado, también;… y yo me uno a la orquesta sinfónica…

Mañana más…

Continuará…
 
Capítulo 10

Después de la breve pero placentera orquesta sinfónica, sobre las 12:00 ó la 1:00 (más seguro) por las ganas de comer... me despierta un toc-toc en la puerta.

Telarañas en los ojos... resaca... Toc-Toc... ¿Dónde estoy? ...
Me levanto y abro la puerta... ¡Yo no fui!... Lo juro...



Espeso, muy espeso.

La claridad y la luz de golpe me ciegan; enfoco la vista y acierto a distinguir una chica mulata, uniformada, con sábanas y toallas en el regazo.
¡Es que tengo que hacerla la habitación!...



Ops!

Despierto de golpe, le digo que pase y me voy a la ducha pensando que no entiendo nada; mi colega de alcoba no está; sospecho que se está desayunando o comiendo, sin decirme nada; y yo con este marrón.
Desde el baño La oigo por la habitación... trajinando... refunfuñando... Igualito que mi madre…

Que horas son estas que tengo que hacer la cama y la habitación! y todo lo que te dicen las madres los domingos por la mañana...

¡Joder! Que me eche la bronca mi madre... vale, lo entiendo, pero que me eche la bronca una mujer que no conozco de nada... es distinto.

Pero que remedio, respiro hondo pensando que tengo un día o mejor dicho medio día para disfrutar de este Paraíso.

Ducha rápida, refrescante y salada pero refrescante. Me afeito a cuchilla pura y dura, sin espuma, que aquí no sirve de nada, y salgo, con la toalla, y allí está… y no se va...

Me está colocando la ropa en el armario!... que manía de colocar todo lo que está bien descolocado!... igualito que mi madre.
No digo nada, me callo y la dejo hacer.

Entablo conversación mientras me visto;… que recién la han contratado en el Hotel, que cuanto ganas (10.000 ecv), con qué contrato (sin contrato, está a prueba), ¿que tienes que hacer? (cuatro Bungalows), ¿Tienes seguro? (le retienen 1.000 ecv)...



Nota: 100 Escudos C.V. = 1 € (+-)… Más bien 0, 95 €.

Me comenta que me puede lavar y planchar la ropa, las camisas... que por poco dinero...
Que tiene una niña de dos años, que no está casada… me enseña la foto de su hija para chantajearme, y lo consigue ¿quien se puede negar ante estos ojazos? los de la niña digo, eh?

Le doy la ropa para lavar y planchar; por unos cuantos escudos.

Me gusta la “iniciativa privada” de esta chica. De todas maneras me quedo pensando, mosqueado, ¿y si la foto no es de su hija? ¿Y si no tiene hija?...


Perfecto, no tengo queja. No sé si lo hace en el Hotel o en su casa, pero las camisas impecables y en mi habitación todos los días.

Me acerco a la piscina, a “desayunar”, y allí están, a la hora de comer; los muy “cabritos”... sesteando al sol... como lagartos... vigilando la piscina y controlando una italiana tipo Ornella Muti en sus buenos años y en top-les. Golfos! Jeje.


¿Qué hiciste?
¿Dónde?
¿Con quien?

Juro que no hice nada en particular, les cuento un poco, solo hice... solo estuve...

Solo estuve, disfrutando, como un loco.

Me hago un bocadillo de “pan” (Aquí le llaman así a estos chuscos infames, peores que los del campamento San Gregorio… matadero de reclutas) con fiambre de no sé qué, y un litro de zumo.

Y salimos otra vez de vuelta para Santa María, con idea de alquilar un “Todo terreno”…

¡Por fin!

Continuará...
 
Capítulo 11

Estoy arto de caminar, quiero más, necesito más...

Alquilamos un “Galloper”, grande, caro, muy caro, es igual; total entre cuatro; en Avis; lo que digo, muy caro.
Lo conduzco yo, después de repostar y mirar el agua (más importante que el combustible) le doy caña para llegar a la capital a la hora de comer.

Espargos. La capital de la isla.
No llegamos a ella, no me dejan... que si a la noche tendremos tiempo.
Pasado el aeropuerto a la izquierda, a ¡Palmeira!, el puerto comercial de la isla, a comer a un italiano...

A tumba abierta, sin Guardia Civil de Tráfico, bajando de Espargos, me dicen que queda a la derecha una de las residencias oficiales del presidente de la república... un chalet normalito en España, con unos árboles y un poco de verde con un muro de cierre.

En un “pis pas” entramos en Palmeira...

Según se entra en el pueblo y a mano izquierda está el restaurante Da Romano.

Hambre, ¡coño! tengo hambre; pasta, mucha pasta con tomate y un poquito de carne y salchichas; está buenísima.
Me cuentan la historia de este hombre italiano, (Que si tiene otro restaurante en el continente, en África; que va y viene; que una mujer allá, que otra aquí; y yo pienso que si no dejaría otra en Italia). Bueno, es igual, me lo creo todo… pero... ¡no tiene buen vino!, buena pasta y mal vino no es un binomio saludable.

Le prometo una botella de buen vino para mi próxima visita y me la acepta, el muy cabrito. Juro que al año siguiente le llevé una botella de Rivera del Duero, Reserva, solo para sus ojos y su boca, (le podéis preguntar), ¡seguro que se acuerda!... ¡Que buenos estaban los chupitos de “grappa”!
Buen hombre el Sr. Romano. Si señor.

Calmados, mucho más calmados... recorremos a pié Palmeira, su puerto; al otro lado de la bahía los depósitos de la Shell, ¡que feos se ven!, pero en el fondo dan como tranquilidad. Aquí llegan las mercancías por barco a la isla, contenedores de 20 pies máximo. Pequeño pueblo, tranquilo, muy distinto a Santa María de noche. Bonito.

Salimos de Palmeira y tomamos una pista o camino a la izquierda, para visitar el tan renombrado lugar de “Buracona”. Casi campo a través por un camino de cabras y por fin llegamos; la digestión bien agitada, no mezclada.

Cámara al hombro y andando rocas abajo. El lugar me recuerda mucho a las costas de mi Galicia... pero que queréis que os diga, esperaba más.

Si, bonito, marea baja, entramos abajo, en la cueva piscina, si...
El Mar es precioso, está fuerte, bravo... como en mi tierra.
El lugar está lleno de coches y gente, todos embobados, sacando fotos, extasiados...
Me reafirmo en lo de antes. No dejéis de visitar las costas de mi tierra.

Un rato de tranquilidad y unos cigarros y decidimos tomar rumbo al Norte de la isla, hacia el Faro de Fiúra en Punta Norte.

Atravesamos un gran llano o sabana, que en época de lluvias debe ser un precioso pastizal.
Se me vienen a la mente los grandes raids africanos y sin compasión del T.T. ni de mis compañeros, meto el pié derecho a fondo, me agarro fuerte al volante y disfruto con saltos, cruzadas, derrapando y trazando al límite, jeje, (la próxima vez vuelvo solo).

Al fin me tranquilizo; bueno mejor dicho me parece oír una vocecilla procedente del asiento de atrás que me dice que o paro o me “pota” en el cogote, pues eso, que me tranquilizo, y disfruto de la tremenda cantidad de polvo que he levantado. ¡Bestial!

Cuando el polvo se asienta disfrutamos del paisaje. Allá al fondo en el horizonte, se divisa una dehesa de arbolitos que parece que se mueven.
¡No! Ya me parecía, son bacas, lo que se mueven son bacas, bueno baquitas, en tamaño proporcional con los arbolitos, pienso que la Naturaleza es muy savia, si las bacas fueran grandes no se podrían poner a la sombra de los arbolitos.
Juro que esta estupidez fue lo que pensé cuando vi esta estampa.

Antonio Jorge, el batukeiro del Funana que nos acompaña, me dice que a esta zona le llaman Terra Boa. Lo que yo digo, tierra buena si llueve.

Más allá la silueta de un monte cónico, piramidal, perfecto; El monte Grande en el mapa dice que está al Norte, muy cerca de Punta Norte, calculo seis o siete Km. en línea recta, y en línea recta nos dirigimos hacia él.

Llegados a su altura encoje de tamaño, bueno, que no es tan alto (406 m.), no se por que mi retina quería reflejar la imagen de la sabana africana con el Kilimanjaro al fondo... ¿serán espejismos?

Continuará...
 
Capítulo 12

Pongo rumbo a Punta Norte y casi sin darme cuenta el paisaje va cambiando, poco a poco se vuelve árido, áspero, piedra pómez, volcánico, rocas; casi no las puedo sortear con el coche. Me paro y me subo al techo, cerca se adivina un “camino”, lo alcanzo y sigo hacia el Norte, hacia el Mar.

Paisaje totalmente lunar, o mejor, marciano, por el color marrón rojizo del suelo y las piedras.

Es increíble, en apenas unos kilómetros me parece haber cambiado de País, ¡que digo de País!, ¡de Planeta!
Y por fin el Mar, la Mar.

¡Que tremendo contraste! Acojonante... rocas marcianas y el Mar.
El Mar abierto inmenso, agitado, enfadado, fuerza dos o tres, buenas olas, peleándose con la línea de la costa, con las piedras, con la Tierra, como queriendo recuperar con paciencia sus dominios tiempo atrás invadidos por el fondo marino. La tierra empuja el Mar y el Mar empuja la Tierra.
Pienso que me gustaría estar aquí el día que se cierre el ciclo.

Impresionante...

Este contraste de Mar azul, espuma blanca y rocas negruzcas y rojizas... Mar brava y tierra árida...
Repito... ¡Impresionante!
Es una imagen que no olvidaré nunca.

Iba a continuar con el relato... pero prefiero quedarme aquí sentado, fumando un "Ducados", mirando las fotos en la pantalla, disfrutando del momento y del viento en la cara.

Me estoy acabando el “Ducados”.

Las fotos en la pantalla del ordenador me siguen hipnotizando, el aire puro del mar con ese olor a inquietud y misterio me devuelve el humo del cigarro a los ojos y quizás por eso, sí seguro que es solo por eso, se me humedecen.

A mi espalda el Faro.

Yermo esqueje, como sarmiento seco, aplastado por el inexorable paso del tiempo, del aire, y del sol…
Trata de resistir el paso del tiempo como queriendo decir algo… y yo trato de escuchar lo que dice… y me habla… estoy aquí… te escucho.

Me cuenta historias pasadas, de hombres intrépidos, duros, sin pulsera de “todo incluido”, sin viajes organizados ni programados al milímetro.

Trato de imaginarlos trabajando, construyendo, marcando caminos en el Mar, miro a mi alrededor y pienso que piedras no les faltaron, solo pusieron voluntad y empeño.

Y sigo pensando, y cuanto más pienso más pequeño me siento, y el faro crece por momentos, lo veo, erguido, nuevo, y trato de ponerme en la situación de su habitante o habitantes, sentados en “mí” misma piedra, mirando al Mar, a la Mar… fumando una pipa de tabaco y con el pensamiento perdido.

No se por que esta sensación me hace sentir bien. Siento agradecimiento, Paz y Tranquilidad.
Y pienso que solo por este momento íntimo el viaje ha merecido la pena. Solo por esto.
Me repito mucho?

Continuará…
 
Capítulo 13

Me despiertan los compañeros de viaje; que es hora de volver.


Retomamos el camino de vuelta a Espargos con el todo terreno (que fácil), dejamos poco a poco atrás el paisaje “lunar” de piedras duras, negras y entramos otra vez en la zona de la “terra boa” pero nos desviamos por otro sendero para entrar en la capital por la parte de atrás… o por la puerta falsa.

Veo más vacas, bueno, vaquitas, gallinas, empieza la vida, alguna parcela, algún cercado, pequeños arbolitos y rastrojos y de repente caigo en la cuenta de los niños… niños de cinco a diez años que parece que miran, buscan entre los matojos, a la puesta de sol…
¿Qué hacen? pregunto.
Buscan los huevos que las gallinas ponen a su libre albedrío, por que las gallinas tienen que buscarse la vida a su libre albedrío. Y otra vez a pensar…
A la vuelta del colegio… a buscar huevos… es duro ¿verdad?

Rebusco en mi memoria, cuando mi madre me ponía un plato delante con un huevo frito con patatas y yo en mi ignorancia decía… ¡No quiero! ¡No me gusta!... y me siento mal.
Pero como la mente humana está preparada para superar casi cualquier cosa, inmediatamente veo a los niños, o eso quiero ver, comiéndose ese huevo por la noche, huevo que por lo menos tiene que saber a gloria. A gloria vendita. ¡Que os aproveche!

¡Cuidado con esa piedra!... ¡coño J.R. en que vas pensando!... Cosas mías Antonio, cosas mías…

De vuelta a la realidad, a Espargos, la capital de la isla de Sal.
Aparcamos en el centro y nos tiramos como posesos a la tiendas de souvenirs, ¡joder! no me gusta este “palabro”, a las tiendas de recuerdos… y a comprar!


Camisetas, pantalones cortos, discos, gorras… pero sobre todo música, esa música… pensando en toda la familia; esto para este, esto para esta…
Je je. Iluso. Todo se quedó allí, regalado, como para apaciguar mi conciencia de no se qué. Solo me traje una camiseta y la música… y unas botellas de “grogue”, para contrapesar la mochila y el avión de vuelta, no fuera a ser el caso!

¡Hay hambre!... “pa casa”… no, a cenar a Pedra Lume, al restaurante; grande, en la terraza, con calma, sin prisas, no se por que pienso al entrar que se me parece un poco a un “Burguer” o a un “Pizza-…” quizás los uniformes, los colores, la asepsia… ¿No habéis pensado lo mismo?
Cenamos bien, y bebimos mejor, pero a mi mente me viene el recuerdo de la “cachupa” pobre de huevo y salchicha de la tasca “cutre” y marinero soñador… ¡No hay color!

Regresamos a Santa María con la idea de descansar después de un largo día de experiencias y sentimientos, como si hiciéramos un largo “raid” africano.
Y pienso… ¡Joder!... tengo que dejar de pensar, pienso… pienso que este día es otro de los mejores días de mi vida, sin ruidos ni estridencias, sin fiestas ni alharacas.



Humildemente creo o quiero creer que tomo conciencia de lo que me rodea. De lo que está ahí, a nuestro alrededor para nuestro uso y disfrute; es sencillo, solo hay que mirar con los ojos del corazón.

Pero claro, la carne es débil y el cuerpo pide marcha.
Duchita, ropa limpia y al asalto de Santa María… la noche es larga y la compañía grata.

Siento una cierta sensación de que el tiempo se me acaba y de que tengo que exprimir al máximo cada minuto de estancia en esta isla.
¡Y me gusta!


Continuará…
 
Capítulo 14

Otro día, un nuevo día en el paraíso.

Me despierto con ganas de “evacuar” un poco o un mucho de tamaña ingesta de cerveza.
Regreso hacia la cama pero me desvío a la puerta, por curiosidad, para ver el día, el nuevo día. Lo que veo me gusta, lo que huelo no. Salgo del bungalow y hoy se nota más ese olor, ese olor de aguas recicladas que usan para regar por aspersión de noche, con nocturnidad y alevosía.
Mis compañeros en la cama, durmiendo.

Son las 8:00 de la mañana, el calor aprieta, promete, aplasta; me fumo el primer cigarro mirando, pensando, medito… ¡tengo que dejar de fumar!

Si por una parte el olor del riego nocturno me disgusta… por otra, y mirando lo poco verde que se asoma con timidez, como pidiendo permiso… me alegra. Pienso que este olor no es ni mejor ni peor que el de mi tierra cuando los agricultores están en época de riegos y abonos con el “purín”; son ciclos, la tierra te da por que le das a la tierra.
De todas formas se nota que el jardín es nuevo, los visitantes que vengan en tres o cuatro meses lo verán todo de otro color, ¡Que suerte!

Miro el Mar, la Mar, al otro lado de la playa, y de repente siento que es mi hora, tiro la colilla y tomo el camino de la playa.

Quiero tener mi primer contacto con este Mar, íntimo y personal.
Miro a la derecha e izquierda y no hay nadie. Bueno, casi no hay nadie. Una pareja de jubilados a la izquierda que no conozco, tienen pinta de alemanes, blancos, pálidos; y allá al fondo a la derecha se adivina un “bulto” sospechoso de dos personas como durmiendo… ¿mochileros?...

Me acerco a la orilla, está lejos, es marea baja, miro atrás y… sí, lo que estas pensando. Me quito el pantalón corto multibolsillos de seudo explorador africano, color “caqui” y en “cueros”, como traspasando la frontera de lo prohibido me dejo acariciar por primera vez por las aguas de esta Mar tranquila, silenciosa, en la intimidad.

Yo y la Mar… perdón, la Mar y Yo

Unas brazadas lentas, como no queriendo romper la armonía que intuyo bajo mi cuerpo, sin hacer ruido me doy la vuelta hacia la costa, y al salir, chorreo agua, vitalidad, paz y tranquilidad…
Descanso cinco minutos, intentando acaparar el máximo de sensaciones y sentimientos.


No se por que se me viene a la mente la imagen de un caboverdiano de edad madurita que vi cerca del Pontón, quizás ayer, al anochecer, bañándose en la playa, con una pastilla de jabón tipo “lagarto”, frotándose sus partes íntimas con la arena ¿?… como queriendo desalojar a inquilinos indeseados. ¿?.. Y pienso… ¡Golfo! Jeje.

Regreso al “Bunga” y me doy una ducha rápida, mi socio sigue roncando, lo dejo, y me dirijo al asalto del desayuno.
Por Dios, ¡Café!

Me siento al lado de la piscina y espero, poco a poco se va llenando de gente.
La gente despierta.
Hoy no trabaja la niña de lo ojos azules… ¡Que pena!

Los amigos van llegando, poco a poco, descarriados; tengo que poner orden, ¿Orden?

¡Nos vamos a Santiago!, la isla de la capital, hoy es el día; tenemos un viaje concertado.


Me invita un caboverdeano que hace diez años que no pisa su tierra, que no visita su casa, y que no ve a su madre.
Mi colega el portugués y yo pagamos el billete de avión, el corre con el resto de los gastos. Tiene una fábrica en Portugal, pequeña, pero fábrica que levantó con sus manos. Es loable, y digno de respeto, pero todo esto no es excusa para ser un desarraigado, y así se lo hago saber.
Cuando se lo digo me parece que noto un cierto brillo en sus ojos… ¿de culpa?... ¿de morabeza?

He llegado a la conclusión de que nos quiere llevar como escudos, como para no sentirse solo ante la bronca que le van ha echar en casa y sentirse un poco arropado. El amigo Veiga.

Tenéis que tener en cuenta que lo que os estoy relatando ocurre en el año 1999; no existe el aeropuerto intencional de Praia (En la isla de Santiago), ni cristo que lo fundó. No hay mucha gente en el mes de noviembre, y pillamos los viajes sin problemas, en el hotel.

Desayuno otra vez con ellos, el baño me abrió el apetito; y pronto preparamos las cosas para el viaje. Como dice una amiga mía, para un viaje solo hacen falta las tres pes (PPP); a saber: Pasta, Pasaporte y Pasaje. ¡Contundente!

Nos lleva al aeropuerto en el todo terreno un compañero de viaje al que le dejamos el coche hasta nuestro regreso.

Aeropuerto.
¡No me lo puedo creer!
Con solo quince minutos de retraso de la hora prevista nos dirigimos al avión, pequeño, 60/70 plazas.
Y despegamos. Según vamos tomando altura tomo consciencia de lo pequeña que es la isla de Sal (cuando llegué era de noche), pequeña, seca, árida; pero recapacito y pienso que no es cierto, esta es una vista global y engañosa; lo realmente importante esta allí abajo. Saco unas fotos.

Volamos entre nubes, mejor por encima de las nubes. Al rato entre ellas y mirando hacia abajo descubro otra isla; me dice el amigo Veiga que es Boavista. Es más grande, más verde en partes, se adivinan playas enormes. Y me pregunto como será Santiago desde el aire.

Ding-dong… cinturones y para abajo.


Santiago, es grande, verde, no es plana como Sal, tiene montañas, se adivina agreste, distinta.
Praia la capital parece una ciudad o al menos lo que entendemos los europeos por ciudad.

¡Dios mío!... ¿En ese trozo de carretera vamos a aterrizar?... ¡pero si no cave el avión!...

Pues sí, cupo.

Continuará…
 
Capítulo 15

Mi primer visita a la isla de Santiago.

Praia, la capital de la República Independiente de Cabo Verde.

De entrada noto algo distinto, no se lo que es… es una sensación, quizás menos calor, no tan agobiante… ¡No!, ya se lo que es, es el olor, ¡el olor es distinto! No se a que huele pero no me es desconocido.

Al pasar por los controles del aeropuerto solo me fijo en una cosa, bueno mejor solo puedo fijarme en unos grillos enormes, negros (con perdón); no hacen cri-cri, hacen CRI-CRI, ¡los muy burros!... ¡que pedazo de grillos!
Ahora lo entiendo, en mi tierra con los grillitos pescamos truchas y peces en el río, aquí con los “burrogrillos” pescan tiburones y atunes, jeje.
¿Los habéis visto?... no exagero… ¿Verdad?

Tomamos un taxi para la ciudad de Praia. La carretera es descendente hacia la capital, empedrada y con muchas curvas que el taxista negocia como si fuéramos de rally.
Voy sentado delante, de copiloto… y no me puedo reprimir… cojo un mapa que lleva el tío en la guantera y haciendo que leo… a fondo derecha más… segunda izquierda ojo al salto menos… salida… más… tercera “arras”… ¡la cabra! ¡Cuidado con la cabra!... jajaja.

El taxista me mira como diciendo: este blanco está loco, mis compañeros portugueses tampoco entienden mi broma. Me es igual, me gusta y me río jaja, me siento feliz y respiro hondo.

Las ventanillas abiertas y respiro hondo, y de repente lo reconozco.
Reconozco ese olor. Lo veo, lo mastico, casi lo palpo. Veo la ciudad, grande, apretada, hacinada, veo ese cauce seco de río, lleno de basura, de desechos sin control, lleno de mierda… y lo que es peor, veo gente buscando entre la mierda.


¡Plóf! Se me “jodió” el día.

Mi ánimo se frena en seco al chocar de frente con esta realidad. Sin haber entrado en Praia decido que no me gusta.

Nos deja el taxi en el centro de la City, muy cerca del mercado, y nos dirigimos raudos a un bareto para tomar unas cervezas “frescas”. Les comento mis impresiones a los colegas y me dicen que ¿Qué esperaba?
Recapacito y pienso que esta ciudad no es distinta de otras que conozco en mi “casa” y en otros Países.

Todo el mundo quiere buscar su oportunidad en “El Dorado”, abandonando lo poco que tiene junto a su familia, con la sana y legítima idea de prosperar.
Igual que en nuestras grandes ciudades, y al fin y al cavo Praia es la gran ciudad de Santiago, es la gran ciudad de Cabo Verde.
Con lo bueno y lo malo, con la grandeza y la miseria.

Salimos en busca de un todo terreno de alquiler para ir al pueblo de mi amigo Veiga, no diré el nombre pero está en el centro-norte de la isla.

Por el camino voy tomando conciencia de que Praia es una capital como otra cualquiera, taxis y “alugueres” a la carrera, vociferando los lugares de destino para llenar el pasaje, autobuses, camiones, polución.
Prisas y carreras. La gran avenida empedrada (hoy creo que asfaltada) me recuerda, salvando las distancias, a la “Gran Vía” de Madrid, por ejemplo.
Veo edificios oficiales, Bancos, abogados, médicos, supermercados, farmacias, talleres,

peluqueros, tiendas de ropa y zapatos… un guardia discutiendo con el conductor de un Mercedes 300 D, cargado asta los topes…

Lo “normal”, lo cotidiano, lo de andar por casa.

Por fin me doy cuenta del por que ese olor no me es desconocido… no me es desconocido por que lo tengo en casa, y se llama… ¡civilización!

Me asombro de con que facilidad lo había olvidado, y ahora entiendo del por qué al bajar del avión en Sal mi primera “experiencia” fue precisamente esa diferencia.

Me despiertan de mis pensamientos y agarrándome por el brazo me meten en la agencia de alquiler.
Sencilla, una mesa, tres sillas, un teléfono y un fax, eso sí tenía aire acondicionado.
Solo tiene dos “Patrol”, salimos a verlos y el hombre sale con unas llaves del que está aparcado detrás. Miro las ruedas y están pidiendo a gritos que las cambien, el de delante las tiene casi nuevas.
El que alquila es el colega Veiga, pero le hago ver la diferencia de las ruedas. Veiga dice que quiere el otro… regateo… Nos llevamos el más nuevo por el mismo precio.
Me gusta el regateo, y el hombre no pudo con un caboverdiano, un portugués y un español. Je je.

Conduce Veiga, nos da una vuelta turística por la ciudad y nos perdemos un montón de veces.
Pobre Veiga, ¡Tantos años sin regresar!

Visitamos a unos cuantos amigos suyos. En una palabra, hospitalidad es la palabra.

Una de las visitas es a un “elemento” cincuentón en su casa; adinerado por lo que veo, y por lo que más tarde nos cuenta Veiga (fue el que le prestó el dinero para su aventura portuguesa).
Nos recibe en el salón, con su mujer, guapa mujer, y a las 11:30 más o menos de la mañana nos pone unos güisquis de su botella ¡ojo! no de cualquier botella, de su mueble bar bien surtido.
¡El primer güisqui que tomo en mi vida antes de comer!
¿Hielo? Si por favor… lo trae una mulata de la cocina en una cubitera de cristal y pienso que es una criada.
Al rato entra una negrita más joven en el salón y se queda junto a la puerta en posición de guardia y a la espera de órdenes y pienso que es otra criada. Já

Acabo de tener mi primer contacto con la poligamia, legal o no, pero poligamia. La mujer “oficial”, de su edad más o menos, la otra de la cocina y la más jovencita, la de guardia, unos ¿veinte?
Oliendo y saboreando el güisqui pienso que tiene que ser musulmán, pero no me lo parece, no me parece de Senegal. Más tarde nos cuenta Veiga que es caboverdiano pero que sus negocios “fuertes” son con Senegal, que está emparentado con una familia “fuerte” de Dakar.

¿Unas pastas para pasar el güisqui?... pues eso, la de la puerta sale al pasillo, y al rato llega la de la cocina con un platito.

¡Esto es vida!

Me pregunto ¿Cuántos baños tendrá en esta casa? Jajaja

Bueno, tenéis que perdonar, que me extienda en estos pequeños detalles sin importancia. Puede que sin importancia aparente para algunos, pero durante esta visita de pleitesía y “vasallaje” yo me acordaba de los parias que había visto en el cauce seco del río, rebuscando en la mierda.

Conclusión y como decimos en Galicia: “Toda a terra e país”.

Paradoja: cuanto más nos acercamos a la civilización más se acentúan las diferencias sociales.

Nos despedimos del “capo”; toma mi tarjeta, dame la tuya (por lo de que “Toda a terra e país”) y por que mi filosofía es andar por el Mundo dejando las puertas abiertas (jeje) y nos vamos.

Si queremos llegar a comer con la madre de Veiga nos hace falta el tiempo.

Montamos en el Patrol, y tras perdernos otra vez, pillamos la empedrada hacia el norte.

Rumbo a lo desconocido.

Continuará…
 
Capítulo 16

Hola, Ya estoy aquí.

Me he dado cuenta que he entrado en esta isla como un elefante en una cacharrería. Con poco tacto. Sin explicar nada. Y esta isla merece una atención aparte.
Como conocedor de la isla de Sal, y pienso que como cualquier visitante foráneo, tengo el presentimiento de que todo el País es igual.

Nada más lejos de la realidad. No me cansaré de repetirlo. Cada isla es distinta, totalmente distinta, y no solo geográficamente si no geopolítica y humanamente diferente. Distintas formas de vida, mejor dicho de subsistencia.

Así como en Sal la vida “aparenta” fácil, dulce, lenta, parsimoniosa, cansina, a la busca del dólar o del euro occidental; aquí en Santiago, al menos en la capital, se nota agitada, nerviosa, a la carrera…

En una palabra, lo que veo me gusta y no me gusta, no se si me entendéis.

El mercado es agobiante, te pierdes si no vas con un nativo. Ves géneros buenos, tiendas bien surtidas, y… también ves autentica miseria. Tengo la sensación de estar en el continente, en África.
La capital vive a la carrera, con estrés, oficinas, bancos, negocios, horarios, los “aluguer” vociferando a gritos su destino, con prisas, como para llegar antes a su destino. Y yo me pregunto: ¿Llegar antes a donde? ¿Llegar antes para qué?

Pienso que hasta sin quererlo, y sin tener casi consciencia de la existencia de este País, se nota el yugo y la opresión de la “civilización” del Norte; o lo que es aún peor… ¿Por qué coño quieren parecerse a nosotros?

Lo había dejado en el Patrol, después de perdernos por antepenúltima vez, tomando la carretera del Norte, carretera empedrada, de adoquines, salimos de la ciudad, del centro y veo pasar los suburbios; no me gustan, me repito, veo pobreza, miseria, basura…

¿Pero quien soy yo para decir que no me gustan?

Vamos subiendo por una cuesta, detrás de un viejo camión “Volvo” cargado de sacos de harina y encima, en lo alto, diez o quince personas con sus macutos y bolsas.
Transporte colectivo. La necesidad obliga.

Llegando al alto adelantamos al camión y en un pequeño llano veo algo que me tranquiliza, mejor dicho que me gusta. (Empiezo a asustarme a mi mismo por lo de que esto me gusta y esto no me gusta)…

¡Colegios!...

Los niños y las niñas uniformados más o menos, saliendo del colegio.
¡Aún hay esperanza!...
Da gusto verlos, uniformados, con los libros en la mano ellos, en el regazo ellas… me retraigo en el tiempo y me veo en el colegio… y me gusta.
Me pregunto que les enseñaran… y quiero pensar que lo mismo que a mí pero en otro idioma… “en la casa de Pepíto… ía ía óoo” o “una por una es una… una por dos es dos…”; en una, dos o tres palabras: Cultura, Educación y Respeto. Me emociono.

Menos mal que el claxon del Patrol me saca de mis pensamientos y mi anfitrión en la isla. ¡Que no me fío de su manera de conducir!

Y de repente ahí está, la grandiosidad del paisaje, del paisaje montañoso, agreste, verde; totalmente distinto a la isla de Sal.

Cordilleras, picos, montañas, carretera de montaña, curvas y más curvas..., un pollino o burrillo cargado hasta lo impensable de caña de azúcar, gallinas, cabras, vaquitas, gallinas… paisanos y paisanas… una chica con un gran fardo de ropa en la cabeza… Pueblos que van pasando, bueno pueblitos, en una palabra…
¡Vida!

Hace muchos años que no recuerdo tener que parar para dejar pasar un paisano con sus vacas, o unas gallinas sueltas en el medio de una aldea, en medio de una carretera de pueblo.
Carretera “Comarcal” les llamábamos en casa, jeje, ¡de pueblo coño! ¡Con boina y a mucha honra!... Esto me gusta…

El paisaje me engulle, casi me siento como en casa de mi abuelo, allá en las montañas de Los Ancares, en mi Galicia natal. Me gusta ¡coño! me gusta.

Tranquilidad, paz, y el don de hablar.

Estamos llegando a los “dominios de mi anfitrión en la isla.

Continuará...
 
Capítulo 17

Estamos llegando a los “dominios de mi anfitrión en la isla.

Cerca de su casa. Paramos en un cruce de caminos hacia ninguna parte para tomar unas cervezas “frescas” pero menos.
Una cantina, tienda, Club Social, y todo lo que queráis de un grupito de casas; pocas, seis o siete todo más, apretadas en una hondonada de terreno, seudo llana, con una pequeña vega de lo que se adivina huertas productivas plantadas de maíz, frijoles, batatas y poco más.
Un pequeño riachuelo serpentea, bueno el nombre de riachuelo le queda grande, lo pasa una chica con falda de tubo (me entendéis). Eso sí, bien aprovechado, con sus canalillos de riego a derecha e izquierda muy bien organizado.

Nos sentamos a la sombra de lo que me parece una higuera (no estoy seguro) para tomarnos las cervezas, mirando la vega, la pequeña vega y charlar con los viejos ociosos del lugar. Soy de los que piensan que la palabra abre caminos.
Mi anfitrión se presenta… ¡y lo reconocen!
Me queda la duda si realmente lo reconocen, si reconocen a su madre o solo es por que paguemos otra ronda de cervezas del tiempo.

Y de repente… ¡Zás!

Yo, tan tranquilo, (poniéndome un “Ducados” en la boca, con la insana intención de fumármelo disfrutando relajado del paisaje y de la cerveza caliente), me siento perturbado y acosado por una sombra peluda y fugaz, nerviosa, sobre mi hombro izquierdo; agarrado a cuatro manos a mi cuello y a mi pelo…

¡Hijo puta el macaco! o Tití, o monito o… la madre que lo parió que me jodió un “Ducados”… habida cuenta de lo caro que es un “Ducados” en Cabo Verde.

Me gustan los animales. Pasado el susto inicial le hago “cucamonas”, le llamo “Tití”… jugamos con la colilla destrozada, le doy un caramelo… y cuando me quiero dar cuenta no puedo quitármelo de encima.
Cuando me llevo la “Cristal” a la boca me la agarra con las manitas… ¡Ojo! el botellín.
Tiene un pequeño cinturón de cuero a modo de collar, por lo que pienso que “es de la casa”.
Me mira con unos ojos vivarachos y traviesos que asusta... parece entender y querer hablar!

¡Que monada!... y que problema!


¡Que me lo quieren vender! ¡Que el monito tiene más mili que la cabra de La Legión!...
Mil excusas y otra ronda para pagar el rechazo.
(El cabrón de mono da más dinero que las cervezas calientes) Jeje.
De todas formas tengo que reconocer que me gustó el tití. Cosas mías.

Nos despedimos y al Patrol. Me empiezo a rascar con la obsesión de tener pulgas, me pica por todos lados. Los otros se descojonan de risa y yo no le veo la maldita gracia… ¿seré un soso?

Y pienso en mi León.

León es mi perro, un mastín leones de 95 Kg. de puro músculo noble, salvaje y leal
Mejor pienso en la relación causa efecto de la convivencia mastín/macaco y no me la puedo imaginar…

Quiero a mi mastín!... dejémoslo estar.
Y pensando…

¡Otra parada! En la Villa de mi colega. Es un pueblito con una plaza, un bar, Iglesia, lavadero, market, Policía…

¡Policía!

Destacamento o cuartelillo de policía. Tres números.
Bueno, mejor dos números y una “númera”
O sea, dos hombres y una mujer.

Aparcamos y nos metemos en el market/tienda para las últimas compras de comida y regalos para la madre.
Cargados de bolsas salimos para el coche y…

¡La númera!, La guardia, la guardiña, la mujer que se tira al cuello de mi anfitrión… gritando y gesticulando como una posesa…

¡Desgraciado!... ¡Mala persona!... y no se cuantas cosas más por que mi portugués “cabreado” no da para más y mi criolo para menos. Mi instinto de supervivencia me lleva a mirar alrededor buscando un parapeto o un lugar donde resguardarme, jeje.

No sé de ti… no llamas… no escribes… ¡Que broncazo!

Se viene a ti una mujer, ¡y que mujer!, vestida de verde, con los cuatro botones de arriba desabrochados, con una placa y un pistolón de 9 mm Parabelum colgado del cinto y… no sé, que quieras que te diga pero acojona.


Lo estruja, lo soba, lo besa, lo abraza…

Amigo Veiga, estas perdido! Todos al cuartelillo… Arrestados!

El cuartelillo es una habitación con mesa, cuatro sillas, teléfono, un mapa de la zona y poco más. Bueno sí, un pequeño aparato de aire acondicionado y un ventilador.

Una dependencia al lado, a través de una puerta que creo que hace las funciones de calabozo, almacén y lo que se necesite.

Pero con algo muy importante, ¡una nevera!
¿Y que hay dentro de una nevera?


Cerveza! Pues eso, que no llegamos a casa de mamá Veiga a la hora de comer ni de coña.

Y aquella guardia, aquella mujer… ¡Temblaba como mimbre verde!... ¡Que alegría de ver a un compañero del pueblo!... por que no seáis mal pensados, no fueron novios ni nada, solo vecinos, compañeros de escuela y de juegos de infancia. O al menos eso aseguraban. Jeje.

Estamos a 2 Km. de casa de mi anfitrión y no podemos llamar a la madre por el móvil para decirle que nos retrasamos un poco, entre otras cosas por que la madre no tiene teléfono fijo, ni móvil ni Cristo que lo fundó. Normal.

Mi colega Veiga se empieza a poner nervioso. La guardia que dice que nos acompaña. Veiga que no. Ella que sí.
Se quita el pistolón, lo mete en un cajón… ¡y ya es civil!

Se monta con nosotros en el Patrol y tiramos para casa de la mamá de Veiga.

Veiga nervioso. Me doy cuenta y le digo que llevo yo el coche.

Salimos del pueblo y tomamos un caminito de cabras ascendente, difícil, y solo transitable por un todo terreno, en marchas cortas y con la reductora.

Veo dos o tres casitas, con sus pequeños campos de maíz y caña de azúcar, feijao, algunas gallinas y poco más, todo ello agarrado a la ladera de la montaña, como percebe a la roca brava.

Paramos el Patrol en el único sitio posible para poder dar la vuelta y Veiga, señalando una casa a doscientos metros; la única casa a doscientos metros por un caminito llano y fácil nos dice:

Esa es la casa de mi madre, esa es mi casa.

Continuará…
 
Capitulo 18

la única casa a doscientos metros por un caminito llano y fácil nos dice:

Esa es la casa de mi madre, esa es mi casa.

… Y en mitad del camino hacia la casa… el amigo Veiga se para, como queriendo recordar, o tratando de ver y abarcar con sus ojos el paisaje, los pensamientos y recuerdos de la infancia.

Mira montaña arriba y montaña abajo, se apoya en una roca al lado del camino y sus ojos parecen perdidos.
Intuyo que en esa roca se ha apoyado muchas veces de niño, cuando las labores del campo o del pastoreo de las cabras, o a por agua, o a la vuelta del colegio…

¡Que tontería! Pero pienso que allá, en Portugal, ha soñado muchas veces con esa piedra. Lo noté por como la acariciaba, con disimulo.

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Nos paramos todos, como para respetar su momento.

El paisaje es perfecto, rotundo, verde, agreste y difícil; me gusta, coño, me gusta.
Respiro hondo como queriendo guardar en el fondo de mi memoria todo lo que mis ojos puedan abarcar.

La “guardiña” no para de hablar, Ya me está jodiendo!.
Me cae bien, pero estos momentos son sagrados e íntimos, sobre todo para el colega Veiga.
Encendemos un cigarro, como para romper el embobamiento de la escena y disimular un principio de lágrima y “acongojamiento” que está a punto de empezar a sentir el “patricio”.

Me fijo en el paisaje. Montaña arriba sembrados de maíz con algunas alubias (Feixao) por el medio, buena cosecha; montaña abajo un poco de huerta, batatas, verduras, frutales… agricultura de subsistencia, pura y dura.
Tienen agua, un arroyito minúsculo que baja de la montaña, pero que en esta tierra es oro.
Arroyito arriba veo una pequeña presa artesanal, lo que me indica que no todos los días del año corre con abundancia.

Miro hacia la casa, a cien metros y me gusta lo que veo.

Parece grande. Tiene un pórtico o porche cubierto para estar sentado a la sombra los días de canícula, tomando una “fresca” o un grogue,o sin tomar, simplemente mirando la propiedad, monte abajo...y más allá la memoria y el horizonte, y en el horizonte lo desconocido, lo ignorado, lo envidiado…

Y en el porche veo gente, y una persona se levanta y viene hacia nosotros.
Cien metros… cuatro mil kilómetros, cincuenta metros… dos mil kilómetros...

¡Que larga es la distancia!...

¡Corriendo!

Es la hermana mayor, que vive con su madre; en la casa patricia.

El resto de la familia toda emigrada y el padre muerto hace muchos años.
Dos mujeres solas en una casa.

Os omito todas las muestras de júbilo y cariño que vieron mis ojos, entre otras cosas por que son igual que aquí, en nuestra tierra.
Eso sí, en lo siguiente que relato me quiero detener.

Retomamos el camino hacia la casa y en el porche está la madre, La Señora.

Llegados a este punto tengo que reconocer que si en mi vida he visto una mujer, lo que se dice una Mujer de pies a cabeza, es aquí.
El por que lo entendería más tarde.

La Señora.

Sentada en una silla, mulata, mulata clara, bien vestida, con una edad que pasa de los se…taintantos, distinguida, con algo un no se qué, una prestancia y elegancia…

¡Y no se levantó de la silla!
¡Genio y figura!...

En un principio me pareció raro, sin grandes muestras de cariño, cuando en realidad la procesión va por dentro.

Corazón duro, acostumbrado de joven a las dificultades del camino, viuda joven con cuatro hijos, tres emigrados, lejos, uno en Portugal, otro en Francia y otro en EEUU, la mayor en casa, soltera; solas.

Tengo la impresión de haber conocido a una “matriarca”, a una “Señora”

La Señora.

Pasamos al interior. La “guardiña” es bien recibida. Por cierto, sigue llevando cuatro botones de la camisa desabrochados. Jeje.

Traemos comida en abundancia, pollo, carne, pasta, arroz… pero lo que más es la ropa que le trajo el “Patricio” a su madre y hermana.

En cuanto a la comida dice la Señora que hay suficiente en casa, hecha, y que no se va a tirar, con un poco de aquí y otro poco de allá… ¡Sí Señora!... de todos modos es tarde para cocinar.
Nos apañamos con lo que hay, una especie de potaje de feixao con arroz verduras y carne que repartimos y que estaba de muerte, y un poco de queso que compramos abajo, en la Villa.

Estamos en un comedor grande, en mi siguiente viaje he visto casas que cabrían en este comedor. Pero esa es otra historia.

Fotos en las paredes. Esas fotos que ni son blancas ni negras, ni marrones ni en color, fotos de estudio retocadas, con sus marcos, colgadas de esa manera… separadas de la parte superior… ¿Me entendéis?, como en casa de mi abuela.

Su marido en lugar preferente, con bigotes, bigotes de marino, de marino curtido, de marino perdido…. debajo del cuadro una vela… la Señora.

Una nevera grande preside el comedor. Sospecho que ha tenido algo que ver el amigo Veiga.
Y dentro de la nevera una botella de grogue. Siempre el grogue... demasiado grogue.

Al porche, a sentarnos y disfrutar de una buena sobremesa, por otra parte merecida y hablar, hablar, hablar…

Nos sentimos como en casa, me refiero a mi colega el portugués y yo… y pienso que no me importaría vivir aquí, con lo bueno y lo malo, con sus carencias, con sus virtudes… y me doy cuenta que a esta casa llega dinero, poco pero dinero; dinero de la emigración que les hace vivir mejor que otros.

Y pienso… joder!, Sigo pensando demasiado! pienso en los míos, en los que se fueron buscando en la emigración a Suiza, Alemania, Cuba, Venezuela... pienso en un sentido de la vida; cuando el sentido de la vida está aquí, delante de nuestras narices, al alcance de la mano, a la vista de todo el mundo que quiera ver las cosas sencillas pero verdaderas.

En este viaje pienso mucho, pero pienso por que puedo, quiero y me gusta lo que pienso.

Cosas mías.

Pienso... Medito… Las cervezas que hemos subido ya están frescas, la tarde refresca… Y como moscas a la miel empiezan a desfilar vecinos salidos de no se donde…

Empiezan a hablar de un pollo con arroz para la cena… para festejar el regreso del hijo pródigo.

Hablo con el portugués de marcharnos a dormir a donde sea, para no estorbar, pillamos el Patrol y carretera; pero nos oye la Señora y que de eso nada, su casa es su casa, y que no molestamos. Donde duermen dos, duerme un regimiento.
Aceptamos y nos quedamos.

Y la “guardia” que no tiene prisa, jeje.

Bajamos al Pueblo/Villa por más avituallamiento, más pollo, hielo en cubitos, la “guardiña” (que a todo esto estaba de servicio a firmar)…y encima me entero que era cavo, ¡comandante de puesto! ¡Coño! con esos botones quien se fija en las hombreras.

¡Cena en casa Veiga!, ¡Veiga está en el pueblo!
Se corre la voz como la pólvora, y en una hora tenemos organizada una fiesta del copón.

Ahí me tenéis otra vez demostrando mis dotes de cocinero con las tortillas de patatas de aperitivo del tremendo arroz con pollo que nos prepararon para todos la Señora, su hija y una vecina.

¡Exquisito! No tengo palabras.

Algunos días, cuando despierto, aún me parece recordar su textura, olor y sabor.

Quiero recordar a los vecinos del lugar, buena gente, que aportaron lo que buenamente pudieron.

Trajo una un pastel de no se que frutas que estaba de muerte!

Y como broche final una ¡Queimada de grogue!! Que impuse yo por ser gallego.

¡El no va más!

A todo esto, y en un momento de la larga noche, juro que perdí de vista al amigo Veiga y a la de los botones…

Continuará…
 
Capítulo 19

Despierto dolorido y temprano ¿Dónde estoy?... Tomo consciencia… poco a poco… saboreando y distinguiendo… analizando la luz y las imágenes que se centran en mi retina…

Mañana de resaca, jodida resaca, un zumo de la nevera y a esperar…

Creo que en el sorteo de anoche me ha tocado el sofá de la especie de salón, con todas las incomodidades que eso representa, las piernas colgando y la raya del cojín marcada en mi cara…

Y los bigotes del de la foto vigilándome.

Se donde está el servicio, pequeño y humilde, pero servicio al fin, pero me dirijo al pilón de agua que hay en el exterior, neceser en mano, jabón, Gillette y otra vez ver amanecer…

¡Magnífico!...

No lo cambio por nada material de este Mundo.

Me tomo la libertad de abrirles la puerta del pequeño corral a las gallinas… y me lo agradecen, en su idioma pero me lo agradecen.

Es uno de mis buenos momentos, ¡Coño! ¿No se si me entendéis?…

Los demás van abriendo los ojos como pueden… hasta que la Señora hace café.
Divino café, que nos pone a todos más o menos en nuestro sitio…

Un despertar autentico en Cabo Verde.

Aparecen el patricio y la guardiña. Vivos y felices… Cómplices.

Se la tiene que bajar al pueblo, que entra de guardia y es tarde.
Me apunto por que en la nevera no queda cerveza y estoy necesitando una fresca y leer algo, un periódico de hace tres días o lo que sea, me es igual, hay que conservar el ritual.

Después de 10/15 maniobras le doy la vuelta al Patrol y nos dirigimos al pueblo.
Dejo al patricio con la guardiña, despidiéndose y blá blá, y me dirijo a la tienda-cantina, compro cervezas, chocolate y galletas… y pregunto por el transporte del lugar hacia la capital, Praia.

Mi idea es dejar al patricio con su familia, sus “historias” su guardiña y el patrol; y mi colega portugués y yo marcharnos en un “aluguer” para la capital… pero…
Pero no nos aseguran que podamos llegar a la hora que queremos a Praia.
Y tenemos que estar a una hora determinada, para hablar de cosas nuestras, a la tarde, antes de cenar.

Se lo comento al patricio y a la guardiña… y cambio de planes.
Nosotros, el portugués y yo nos vamos en el Patrol para Praia, tenemos la cena, y lo que haga falta, tomamos un Hotel para dormir y al otro día aparece en “carrinha” oficial el amigo para comer y pillar la avioneta para Sal.

Conclusión: En todas las partes hay que tener amigos.

Y hay que saber ser agradecidos.
Después de vaciar la nevera del “calabozo” de la Policía de cervezas “frescas” y comprar más regalos por parte de mi amigo, sobre las once de la mañana nos subimos para la casa.

Con su mamá… la Señora, su hermana el portugués durmiente y alguno que otro allegado.
Solo me fijo en el del pastel.
Llegado este punto quiero que entendáis que la impresión que me ha dado esta Señora es muy grande; en nada me importaría que fuera de mi familia, de mi estirpe, aunque todo el tiempo la estuve vigilando para ver si fumaba en pipa…
¡y no fumaba!...
No se por que me dan confianza las mujeres fumadoras de pipa de Cabo Verde. Esta Señora tenía un no se ¿qué?, Tenía ese algo…

¡Señora!... a sus pies.
Grato recuerdo, ¡Coño!, grato recuerdo…
Permitirme dejarlo aquí… Por que el resto es negocio, puro y duro.

Señora.
La Señora.
Gracias.

Continuará…
 
Capítulo 20


Esa Señora siempre me dejará un grato recuerdo.
Casi puedo decir que la tengo presente todos los días de mi vida asta que poco a poco las brumas del olvido intenten desenfocarla en mi retina, lo intentan, pero no quiero que lo consigan… y a fe que hago lo posible para no olvidarla. ¡Me podéis creer!

Su hospitalidad, su saber estar, su café, divino café, y su cocina, amén de los bigotes de la foto de su marido… junto con “el cómodo sofá” y el duerme-vela de la noche pantagruélica hacen el resto.

Como os he dicho, nos volvemos a Praia, la capital, el amigo portugués y yo, con el Patrol alquilado, para tomar un Hotel y poder estar a la cena con unos compromisos comerciales. Pero eso es otro tema.
El colega nos alcanzará mañana, en coche “oficial”, con la de los botones, o sin botones, o yo que sé.

De vuelta a Praia, conduciendo despacio, callados, casi sin hablar, empapándonos del paisaje, sintiéndolo; haciendo de “Aluguer” o taxi; sin cobrar. Parece un sacrilegio tener o disponer de un Patrol largo y vacío, y no usarlo.
Señora, ¿A dónde va?... ¡No!, la cabra no…

Paramos por lo de las cervezas frescas en el mismo sitio del día anterior.
Un poco de paz, un poco de conversación, un poco de…
¡Asta que llegaron los niños!, ¡Alegría!, ¡Bullicio!
Creo que nos estaban esperando. Lo juro.
No puede haber tantos niños en cuatro casas, pero…

Allí estaban, con sus “Bicicletas”, dos o tres; sin frenos y sin llantas algunas, la mitad descalzos, con esos ojos que te miran al fondo, muy al fondo y te desnudan de pies a cabeza, en una palabra, que te desarman y te ganan, que no puedes negarles nada…

Estamos en un cruce de caminos, (Aquí quisiera ver yo a Jack Kerouack), mirando al Sureste un caminito a mano izquierda que nos lleva a la vega, un poquito de regadío, sus huertas y las cuatro casas; pero a la derecha, al Sur, una cuesta de más o menos medio kilómetro o trescientos metros hacia arriba, con sus curvas y precipicios… una buena bajada.
Eso es lo que querían los niños, artos de que los “Aluguer” no les hagan caso… y subir a pié es muy cansado…

Me acuerdo de mi infancia, con mi carrilana de madera y cajas de bolas, tirándome por una calle de mi ciudad, cuesta abajo, sin frenos… ¿Cómo me puedo negar?
Les digo que los subo al alto y que ellos hacen el resto, y os lo juro, se multiplicaron.
Total, las Bicis en la baca del Patrol y el coche lleno de vida; de ojos, de manos; no se cuantos se metieron… Dios los bendiga.

Yo, conduciendo cuesta arriba, acostumbrado al transporte por carretera por mi antiguo trabajo con camiones de gran tonelaje, de repente me sorprendo a mi mismo concienciándome de la preciosa carga que “trasporto”; por un breve espacio de tiempo tengo en mis manos la vida de unos niños, puros, limpios; descalzos…

Los niños, los niños y los viejos están en posesión de la verdad.

Los dejamos en el alto de la cuesta y esperamos a verlos bajar, unos en las bicis, y otros corriendo, descalzos y felices.
Quisiera conocer todos sus nombres, pero ellos no quisieron conocer el mío. Eso es cosa de mayores…
Y fueron bajando, por que los veíamos pasar por las tres o cuatro curvas, carretera abajo, con su bullicio y jolgorio; con sus ojos y su inocencia.

Y nosotros, desde arriba, mirando y tratando de atesorar los recuerdos en la memoria, por que la cámara se había quedado sin pilas. Siempre la puta cámara se queda sin pilas.

Los ojos, esos ojos; los niños, esos niños. Los viejos, esos viejos.
¿Cuánto futuro hay en esos ojos?...
Sin olvidar la sabiduría de los mayores, de los viejos…

Siento vértigo, no lo podo remediar.
Pienso, por que pensar es libre y siento vértigo.

Retomamos el camino a Praia. Como sin querer, sin ganas. Pero nos están esperando una serie de señores, para hablar de negocios. Cosas nuestras.
Buen Hotel y mejor cachupa.
Cachupa bonita. Cachupa cara.

Y Por mi mente se cruzan unas risas.
Cuando me doy metido en cama, después de un largo día, os puedo asegurar que mi primer pensamiento fue para los niños bajando la cuesta, en las bicis sin frenos y sin llantas.
Sus risas a lo lejos.
Su pureza.

¿Me explico? ¿Me entendéis?

Continuará…
 
Estado
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