saphy
Well-Known Member
1º Ganador kike6969
Los últimos rayos de sol se ocultaban. Grunfel caminaba por la calle que conducía a la taberna de aquella ciudad.
El soldado se paro delante de la pesada puerta y la empujo, un agudo chirrido de los goznes silencio el ruido del interior.
Al entrar una multitud de ascuas encendidas lo miraban, el reflejo del fuego en el hogar se reflejaba en los ojos de los parroquianos.
Grunfel le pidió una jarra de vino al tabernero. Con desden le puso la jarra. Grunfel saco de un bolsillo una pieza de cobre, la dejo sobre el mostrador. El tabernero vio el mango de una espada y el peto con el escudo de la guardia de la ciudad. Una sonrisa afloro en su rostro. Después de varias jarras de vino, se acerco a una mesa. Hacían apuestas de quien era el valiente de semejante proeza. Grunfel pregunto de qué proeza hablaban.
Un anciano en un rincón, le dijo que era la noche de muertos y en el cementerio se levantaba el fantasma mas temido. Sobre su tumba había una cruz de hierro. La apuesta, era ir al cementerio en noche cerrada. Abrir la verja entrar en el y recoger la cruz que estaba depositada sobre su tumba y volver con ella. Grunfel se hecho a reír. Les dijo que el no creía en fantasmas.
El anciano saco una bolsa con monedas de plata y se las jugo con Grunfel si era capaz de cumplir la apuesta.
La hora nona se oyó a lo lejos en el tañir lánguido de la campana de la ciudadela. Grunfel enfilaba el paseo que llevaba al cementerio. Soplo la llama del candil que llevaba, la pálida y perezosa luna había aparecido en el cielo y su luz destaco los esbeltos cipreses que bordeaban el paseo a ambos lados.
Por fin llego a la verja del cementerio, negra y con figuras de huesos, cruces y calaveras. Puso las manos sobre la verja y la empujo con toda su fuerza.
Un ronco y chirriante sonido rompió el silencio. La verja se abrió poco más de medio codo, lo justo para poder entrar.
El halo blanco de su boca lo envolvió. No se había dado cuenta, pero dentro del cementerio hacia más frió que afuera. La tumba, se encontraba al final del camino principal en un desvió al sur, como le indico el anciano.
Se detuvo en seco y sus pupilas se dilataron para apreciar mejor un ligero resplandor al final del camino. Su diestra mano empuño la daga que portaba en el cinto.
Giro en el desvío y en aquel instante, unos ojos de fuego y la boca abierta en llamas de aquella cabeza sobre la losa de la tumba lo contemplaban. Era una chanza. La calabaza rellena con velas solo asusta a los niños. Le propino un manotazo y rodó por el suelo. Ya iba a volver, cuando aprecio un objeto sobre la lapida. Y justo en aquel instante la blanca luz de la luna se precipito sobre el objeto. Era una cruz. Su sombra se proyecto en la lapida como una espada que apuntaba a un corazón grabado sobre la piedra.
Cogió la cruz y acelero el paso, ya veía la verja. Se escurrió por el hueco que quedaba y en aquel momento algo le impidió seguir.
El sabor amargo del miedo lleno su boca. Sombras lúgubres lo rodeaban. Y entonces, una punzada en el corazón le hizo perder todas las fuerzas, el dolor se le enrosco en el brazo como una serpiente. La boca abierta, agónica.
Las tinieblas lo abrazaron y la vida se esfumo de su ser.
Al alba, el anciano se acerco al cementerio. El soldado no había vuelto tal como prometió.
Encontró su cuerpo al pie de la verja, su faz era como la cera, los ojos abiertos y la boca en una mueca de horror. La capa, agarrada de una de las cruces de la verja hecha jirones. Su corazón no había soportado el terror.
El anciano fue a recoger la calabaza que había depositado aquella noche sobre la tumba y quedo perplejo. Alguien había dejado sobre la lapida un cruz de hierro.
Los últimos rayos de sol se ocultaban. Grunfel caminaba por la calle que conducía a la taberna de aquella ciudad.
El soldado se paro delante de la pesada puerta y la empujo, un agudo chirrido de los goznes silencio el ruido del interior.
Al entrar una multitud de ascuas encendidas lo miraban, el reflejo del fuego en el hogar se reflejaba en los ojos de los parroquianos.
Grunfel le pidió una jarra de vino al tabernero. Con desden le puso la jarra. Grunfel saco de un bolsillo una pieza de cobre, la dejo sobre el mostrador. El tabernero vio el mango de una espada y el peto con el escudo de la guardia de la ciudad. Una sonrisa afloro en su rostro. Después de varias jarras de vino, se acerco a una mesa. Hacían apuestas de quien era el valiente de semejante proeza. Grunfel pregunto de qué proeza hablaban.
Un anciano en un rincón, le dijo que era la noche de muertos y en el cementerio se levantaba el fantasma mas temido. Sobre su tumba había una cruz de hierro. La apuesta, era ir al cementerio en noche cerrada. Abrir la verja entrar en el y recoger la cruz que estaba depositada sobre su tumba y volver con ella. Grunfel se hecho a reír. Les dijo que el no creía en fantasmas.
El anciano saco una bolsa con monedas de plata y se las jugo con Grunfel si era capaz de cumplir la apuesta.
La hora nona se oyó a lo lejos en el tañir lánguido de la campana de la ciudadela. Grunfel enfilaba el paseo que llevaba al cementerio. Soplo la llama del candil que llevaba, la pálida y perezosa luna había aparecido en el cielo y su luz destaco los esbeltos cipreses que bordeaban el paseo a ambos lados.
Por fin llego a la verja del cementerio, negra y con figuras de huesos, cruces y calaveras. Puso las manos sobre la verja y la empujo con toda su fuerza.
Un ronco y chirriante sonido rompió el silencio. La verja se abrió poco más de medio codo, lo justo para poder entrar.
El halo blanco de su boca lo envolvió. No se había dado cuenta, pero dentro del cementerio hacia más frió que afuera. La tumba, se encontraba al final del camino principal en un desvió al sur, como le indico el anciano.
Se detuvo en seco y sus pupilas se dilataron para apreciar mejor un ligero resplandor al final del camino. Su diestra mano empuño la daga que portaba en el cinto.
Giro en el desvío y en aquel instante, unos ojos de fuego y la boca abierta en llamas de aquella cabeza sobre la losa de la tumba lo contemplaban. Era una chanza. La calabaza rellena con velas solo asusta a los niños. Le propino un manotazo y rodó por el suelo. Ya iba a volver, cuando aprecio un objeto sobre la lapida. Y justo en aquel instante la blanca luz de la luna se precipito sobre el objeto. Era una cruz. Su sombra se proyecto en la lapida como una espada que apuntaba a un corazón grabado sobre la piedra.
Cogió la cruz y acelero el paso, ya veía la verja. Se escurrió por el hueco que quedaba y en aquel momento algo le impidió seguir.
El sabor amargo del miedo lleno su boca. Sombras lúgubres lo rodeaban. Y entonces, una punzada en el corazón le hizo perder todas las fuerzas, el dolor se le enrosco en el brazo como una serpiente. La boca abierta, agónica.
Las tinieblas lo abrazaron y la vida se esfumo de su ser.
Al alba, el anciano se acerco al cementerio. El soldado no había vuelto tal como prometió.
Encontró su cuerpo al pie de la verja, su faz era como la cera, los ojos abiertos y la boca en una mueca de horror. La capa, agarrada de una de las cruces de la verja hecha jirones. Su corazón no había soportado el terror.
El anciano fue a recoger la calabaza que había depositado aquella noche sobre la tumba y quedo perplejo. Alguien había dejado sobre la lapida un cruz de hierro.